Sin azúcar añadido: ¿qué significa realmente?

Seguro que alguna vez te has preguntado si toda la información que aparece en el etiquetado de los alimentos es correcta, y también si está controlada de alguna forma o bien si las empresas pueden poner lo que quieran para llamar nuestra atención.

Muchas veces parece que es así, ya que el bombardeo del marketing y la publicidad en los productos de peor calidad nutricional es constante. Incluso en los productos dirigidos a la población infantil, el grupo más vulnerable a este tipo de ultraprocesados.

Sin embargo, lo cierto es que algunos reclamos del envase sí que están debidamente regulados y solamente pueden indicarse si se cumplen ciertas condiciones. Uno de ellos es el término “sin azúcar añadido” que hace referencia a uno de los ingredientes más polémicos en los últimos años: el azúcar.

¿Qué significa sin azúcar añadido?

Según el Reglamento de la Unión Europea 1924/2006 relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos, el reclamo “sin azúcar añadido” es una de las frases que puede indicarse de forma voluntaria en el etiquetado de los alimentos para destacar esta característica.

Para poder hacerlo, el producto en cuestión debe cumplir con algunos requisitos fundamentales que marca la legislación. Concretamente, solo puede declararse que no se han añadido azúcares a un alimento, así como efectuarse cualquier otra declaración que pueda tener el mismo significado para el consumidor, si no se ha añadido al producto ningún monosacárido ni disacárido, ni ningún alimento utilizado por sus propiedades edulcorantes.

Este último punto resulta muy importante, ya que en ocasiones algunos fabricantes añaden miel o zumos de frutas a un producto y siguen utilizando el reclamo “sin azúcares añadidos”. Esto incumple la legislación, ya que como he comentado no puede utilizarse esta declaración en un producto que utilice alimentos con propiedades endulzantes.

Azúcares naturalmente presentes

Por otro lado, es habitual que encontramos una coletilla en el etiquetado relacionada con la presencia natural de azúcares que tienen algunos alimentos.

Esto se hace porque, al utilizar el etiquetado de “sin azúcares añadidos” y revisar la tabla de valoración nutricional, podemos encontrar en el apartado de azúcares justo debajo de los hidratos de carbono cierta cantidad de azúcares.

Es importante matizar que el producto solamente contiene azúcares naturalmente presentes, como los que puede tener una fruta en su interior, un azúcar que en principio será saludable. Otro asunto es si estamos hablando de zumos de frutas o miel, en cuyo caso estaremos ante azúcares libres, considerados insanos por instituciones de referencia como la OMS.

El problema de los edulcorantes

Realmente, que un producto no tenga azúcares añadidos es algo positivo para nuestra salud. Sin embargo, la triste realidad es que en la mayoría de ocasiones estos productos suelen sustituir el azúcar por edulcorantes que siguen manteniendo el sabor dulce del alimento.

Como ya he contado en varias ocasiones, los edulcorantes hacen que sigamos enganchados al sabor dulce ya que alteran nuestro umbral del dulzor. Esto provoca que sigamos consumiendo productos dulces de mala calidad nutricional a lo largo del tiempo, ya que seguimos dependiendo de su dulzor en exceso sin disfrutar de los auténticos sabores de la comida.

Además, los edulcorantes de tipo polialcohol pueden ser perjudiciales para nuestra microbiota intestinal. Su consumo se relaciona con una peor calidad de la comunidad de microorganismos que conviven con nosotros, por lo que su consumo es más que desaconsejable. De hecho, es obligatorio por legislación indicar una muletilla de “su consumo excesivo produce efecto laxante” en los productos que contienen cierta cantidad de polialcoholes.

¿Sirve realmente el “sin azúcar añadido”?

Podríamos pensar que utilizar este reclamo es algo positivo en general para que los consumidores estemos mejor informados, o al menos para que podamos obtener una idea general del producto que tenemos enfrente antes de echarlo al carrito de la compra.

Sin embargo, lo cierto es que el reclamo “sin azúcar añadido” se utiliza mayormente en productos de una pobre calidad nutricional, como snacks, dulces, bollería, refrescos, golosinas y un listado sinfín de productos similares.

Por ello, realmente nos importa poco si estos productos tienen o no azúcares añadidos, ya que con una alta probabilidad contendrán edulcorantes que nos seguirán enganchando al sabor dulce y que, en definitiva, no aportarán ningún nutriente de interés a nuestro organismo.

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¿Por qué tomar probióticos en invierno?

Nuestra salud puede verse atacada con mayor facilidad en otoño/invierno, época donde las infecciones respiratorias como la gripe o el resfriado cobran mayor protagonismo que nunca.

Mayores infecciones respiratorias

Durante el otoño e invierno aumentan los casos de infecciones respiratorias en comparación con otras épocas del año. Esto se produce por varios motivos, como por ejemplo el propio efecto del frío en nuestro organismo, que puede irritar las mucosas de nuestra nariz dificultando que cumplan con su papel protector frenando la entrada de microorganismos patógenos al cuerpo humano. El frío también produce el estrechamiento de nuestros vasos sanguíneos, dificultando el movimiento de las células defensoras del sistema inmune.

También pasamos muchas más horas en casa, con familiares, amigos, en espacios cerrados para protegernos del frío y la transmisión de virus o bacterias perjudiciales es mucho mayor en las épocas de frío que en verano.

Además, al incrementar los días con lluvia, aumenta también la humedad. Y esta humedad es un factor para la proliferación de las bacterias perjudiciales.

Por lo tanto, sí, el frío aumenta la incidencia de catarros y gripe.

Por ello, fortalecer nuestro sistema inmunitario se convierte en una prioridad si queremos minimizar la incidencia de enfermedades durante esta época del año concreta. Una forma interesante de hacerlo es mediante los probióticos, seguro que te suena este término.

Qué son los probióticos

El término “probióticos” hace referencia a un grupo de microorganismos que presentan beneficios protectores hacia nuestra salud. Es decir, son microorganismos vivos.

Realmente, el ser humano está hecho de microbios. Tanto es así que un gran porcentaje de nuestro organismo está poblado por ellos, sobre todo en las zonas del aparato digestivo como el intestino delgado y grueso. Esto es lo que se conoce por microbiota, la comunidad de microorganismos que forman parte de nuestro cuerpo y tienen mucho que ver con nuestro estado de salud.

Si nuestra microbiota está alterada es más fácil que se produzcan problemas de salud. Ahí es donde la ciencia está poniendo el foco durante los últimos años para seguir descubriendo más acerca de la relación entre la microbiota y nuestro estado de salud.

Por ello, tomar un suplemento de probióticos puede ayudarnos a mantener en buen estado nuestra microbiota, ya que estaremos añadiendo especies bacterianas de interés a nuestro organismo.

Fortalecer nuestro sistema inmune

La ingesta de probióticos nos ayuda a mantener una microbiota fuerte y estable frente a las infecciones que suceden mayormente en otoño e invierno.

Generalmente, la mejor opción es tomarlos como suplemento alimenticio por su comodidad y posibilidad de seleccionar las cepas más beneficiosas para el organismo humano. Además conseguimos en un única cápsulas miles de millones de estos probióticos, microorganismos vivos.

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¿Hay que hacer 3 o 5 comidas?

Cuántas comidas diarias debemos hacer siempre ha sido una de las grandes incógnitas para la población en lo que a nutrición se refiere. Y no es para menos, ya que existen muchos dichos populares y creencias tradicionales que nos han hecho creer durante muchos años que el desayuno es la comida más importante del día, por ejemplo.

¿El desayuno es la comida más importante del día?

“Desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo”. Seguro que has escuchado esta frase destinada a marcar como prioritaria la primera ingesta del día. Por otro lado, también se nos ha dicho durante muchos años que lo mejor para estar saludables es hacer 5 comidas al día: desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena.

Pues bien, ninguna de las dos opciones es obligatoria para no todo el mundo ni tiene por qué convertirse en un dogma. Lo cierto es que tanto priorizar la ingesta calórica en las primeras horas del día como repartir los alimentos en diferentes ingestas variadas tiene mucha lógica.

En el caso del desayuno, porque así nuestro cuerpo tendrá más energía desde primera hora para desempeñar sus funciones vitales, y en el caso de las 5 comidas porque así comeremos de forma repartida y en menores cantidades, supuestamente.

No todo el mundo tiene las mismas necesidades

Sin embargo, estos razonamientos solamente se quedan en la punta del iceberg, pues obvian detalles tan importantes como la individualización. Es decir, que cada individuo puede tener unas necesidades distintas y que no todos los humanos tenemos por qué comer de la misma forma.

Habrá personas que disfruten con el desayuno y que para ellos sea una comida fundamental, pero puede que otros no tengan el tiempo suficiente para hacerlo o que sencillamente no tengan ganas de comer en las primeras horas del día, y esto no tiene por qué traducirse en malos hábitos saludables.

Como decía, lo más importante es que nuestra dieta se adapte a nuestro estilo de vida, y no al revés. Es decir, que si tenemos poco tiempo porque trabajamos muchas horas fuera de casa, seguramente podemos hacer entre 3 y 5 comidas diarias en función de nuestra rutina y no habrá problema. Lo importante es que esas comidas estén basadas en alimentos saludables, y no en porquerías llenas de calorías vacías. De lo contrario, poco importará el número de veces que comamos si siempre lo hacemos mal.

Mi recomendación personal, por mi experiencia en consulta, es que es mucho más fácil el reparto de calorías y nutrientes en 5 comidas. Muchísimas pacientes por no hacer merienda, llegaban a casa devorando, y era cuando se pasaban con las cantidades. Pero, no es una regla general, como mejor te apañes.

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Cómo identificar el azúcar oculto en las etiquetas

El azúcar es uno de los ingredientes más polémicos de los últimos años. Y no es para menos, ya que su consumo prolongado en el tiempo se asocia con múltiples enfermedades metabólicas como la obesidad, dolencias cardiovasculares, diabetes, además de cáncer.

Otro de los puntos más problemáticos que plantea este componente es su presencia abrumadora en muchísimo productos de pésima calidad nutricional, los llamados ultraprocesados como snacks, bollería, galletas y otros dulces de consumo habitual entre la población. Por ello, conviene conocer cómo podemos identificar el azúcar de forma correcta en el etiquetado de los alimentos.

La tabla de composición nutricional

Si nos fijamos en el etiquetado alimentario, puede llegar a ser complicado identificar de forma correcta cuál es la cantidad de azúcar que contiene un producto.

El primer impulso siempre es revisar la tabla de valoración nutricional, una información obligatoria según la legislación europea donde se indican las calorías y el porcentaje de los diferentes macronutrientes, como grasas, proteínas e hidratos de carbono.

A su vez, también es obligatorio indicar la cantidad de fibra alimentaria, grasas saturadas y azúcares, así como otros componentes. Y aquí es aquí donde se suele poner el foco, erróneamente, ya que no siempre la cifra de azúcar indicada en este apartado equivale a la cantidad real de azúcares que se han añadido al producto.

Esto es debido a que también se incluyen los azúcares naturalmente intrínsecos de los alimentos. En un yogur, por ejemplo, siempre veremos unos 3-4 gramos de azúcar en el etiquetado aunque este no lleve azúcares añadidos. En este caso concreto se incluye la lactosa, que es el azúcar natural de la leche y sus derivados.

Por ello, fijarse únicamente en la cantidad de azúcar de la tabla nutricional no tiene demasiado sentido. ¿Dónde debemos mirar entonces? Pues en el listado de ingredientes.

El listado de ingredientes

El listado de ingredientes es otro de los elementos de obligado etiquetado según legislación europea, y en él deben aparecer todas las materias primas y aditivos que han sido utilizados durante el procesado del alimento y que permanecen en el producto final.

Es aquí donde debemos poner el foco para localizar qué cantidad de azúcares añadidos tiene un producto. Sin embargo, no siempre podremos conocer la cantidad exacta, aunque sí hacernos una idea aproximada del porcentaje de azúcares añadidos que el alimento contiene.

Si el azúcar aparece en las primeras posiciones del listado, entonces estaremos ante un producto muy alto en azúcares. ¿Por qué? Pues porque el listado de ingredientes se escribe en orden decreciente en función del contenido. Es decir, que los ingredientes mayoritarios irán en las primeras posiciones encabezando el ranking. Por el contrario, los ingredientes minoritarios aparecerán en las últimas posiciones.

De esta forma, podremos hacernos una idea aproximada de si un producto alimenticio tiene mucho o poco azúcar. Por supuesto, no es un sistema perfecto ni mucho menos, pero es lo más efectivo que podemos hacer actualmente según se encuentra la legislación europea en materia de etiquetado e información al consumidor.

También tenemos los azúcares libres

Por otro lado, existen algunos alimentos que a pesar de no poseer azúcares añadidos de forma externa siguen sin ser saludables. Algunos ejemplos serían los zumos de frutas o la miel, alimentos que son ricos en lo que conocemos por azúcares libres.

¿Y qué son exactamente los azúcares libres? Pues están catalogados por la OMS como cualquier monosacárido o disacárido que comporta riesgos para la salud humana, siendo vinculados con enfermedades metabólicas como la diabetes, obesidad, enfermedades cardiovasculares, y distintos tipos de cáncer. Estos azúcares son perjudiciales para la salud porque están desprovistos de la matriz del alimento que los contiene, así como el resto de ingredientes saludables como la fibra. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el caso de los zumos de frutas.

Así que, realmente, el término “azúcares libres” incluye todos los azúcares añadidos que hemos comentado previamente y además también aquellos que son naturales de algunos productos como zumos o miel pero que no aparecen en el etiquetado alimentario en sus ingredientes.

Esto complica todavía más la localización y correcta interpretación de los azúcares en el etiquetado de los alimentos, uno de los problemas actuales y fallos más grandes que plantea la legislación alimentaria en la Unión Europea en materia de etiquetado.

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¿Existe el corte de digestión?

Desde hace muchos años se nos ha dicho que debemos guardar cierto tiempo de reposo después de comer y antes de bañarnos, sobre todo en épocas veraniegas en relación con la playa y las piscinas.

Sin embargo, el corte de digestión como tal no existe realmente. No es un engaño del todo, ya que sí puede darse un problema de salud asociado a los baños bruscos y relacionado con la temperatura del agua.

Qué pasa con el corte de digestión

Como decía, el corte de digestión no existe realmente. Cuando consumimos alimentos, nuestro organismo ejerce cierto esfuerzo para poder digerir y asimilar correctamente todos los nutrientes a partir de los alimentos, y esto puede llevar asociado un aumento de la temperatura en el aparato digestivo.

Sin embargo, y a pesar de la creencia popular, la digestión no se corta o paraliza cuando nos bañamos. Por ello, realmente podemos decir que el corte de digestión no existe, sino que se trata de un mito. Realmente deberíamos hablar de hidrocución, un trastorno relacionado con la inmersión acuática y la temperatura corporal, pero que no es exclusivo de la ingesta de alimentos.

Qué es el síndrome de hidrocución

La hidrocución es un síncope provocado por el cambio brusco de temperatura en el organismo cuando contactamos con agua muy fría o muy caliente, en relación a nuestra temperatura corporal.

Los síntomas de la hidrocución son dolor de cabeza, palidez, zumbido de oídos, visión borrosa, vómitos y náuseas, que pueden acarrear en los peores casos la pérdida del conocimiento. Además, existe un riesgo real de muerte por ahogamiento si nadie nos socorre y sufrimos este problema dentro de la piscina o del mar por la pérdida de conocimiento.

Por qué se relacion con la digestión

Aunque no es algo exclusivo de la ingesta de alimentos, el síndrome de hidrocución sí que guarda cierta relación ya que después de comer nuestro organismo concentra grandes cantidades de sangre en el sistema digestivo para llevar a cabo la absorción de nutrientes, vitaminas y minerales.

Esto provoca que la temperatura de nuestro cuerpo aumente. Si nos bañamos de forma inmediata, sumergiéndonos de golpe o en aguas muy frías, corremos el riesgo de padecer este síndrome que erróneamente se relaciona con un corte de digestión como decía.

Por “culpa” de la actividad física también podemos sufrir un síndrome de hidrocución, ya que es un momento especial donde nuestro cuerpo aumenta bastante la temperatura. El deporte también provoca un cambio rápido de la temperatura de nuestro cuerpo, por lo que corremos el riesgo de sufrir los mismos problemas que después de una abundante comida.

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Trucos de seguridad alimentaria en la cocina

La cocina de nuestro hogar es uno de los rincones más especiales, ya que solemos pasar mucho tiempo en él. Precisamente, por eso, es importante que mantengamos unas buenas medidas higiénicas destinadas a evitar intoxicaciones alimentarias a través de ciertos patógenos que pueden multiplicarse en nuestra comida ante cualquier descuido.

Recuerda que los alimentos crudos sin cocinar tanto de origen animal como vegetal pueden contener microorganismos patógenos en su superficie. Por ello es importante que tomes nota de los siguientes trucos para mantener la seguridad alimentaria en la cocina.

Lavado de manos constante

Es un clásico que ya conocerás, pero hay muchísima gente que olvida lavarse las manos antes de manipular alimentos, y sobre todo después de hacerlo. Quizá esta segunda parte es la que más dudas genera, ya que muchas veces no sabemos que algunos alimentos pueden contener patógenos de forma natural.

Así es, los vegetales frescos, carne, pescado y huevos crudos pueden contener patógenos de forma natural. Por ello, es importante que lavemos nuestras manos antes y después de manipular estos alimentos y antes de tocar cualquier otro utensilio. Importante: con agua y jabón, no vale solo con agua. Si no lo hacemos, estaremos corriendo el riesgo de provocar una contaminación cruzada.

Cambia frecuentemente las bayetas y estropajos

Se recomienda renovar las bayetas y estropajos cada 7-10 días aproximadamente en nuestra cocina, aunque todo depende del uso que les des. Para un uso intensivo diario, estos serían los márgenes, pero si las usamos de forma más esporádica pueden aguantar más tiempo.

Es importante, además, que desinfectemos estos elementos con lejía de forma habitual. No es recomendable usar el microondas, horno y otros electrodomésticos para su limpieza, ya que podríamos hacerlo incorrectamente y acabar contaminando otras superficies.

Tablas de madera: cuidado con ellas

Las tablas de madera siempre son un elemento polémico durante la manipulación y preparación de ingredientes, ya que podrían favorecer el desarrollo de ciertos patógenos.

En general, se desaconseja el uso de madera como material para cortar y preparar alimentos ya que la madera es un material poroso que puede absorber fácilmente los jugos de los alimentos y contribuir a las contaminaciones cruzadas por su difícil limpieza.

Además, es más sencillo que los patógenos sobrevivan en las grietas de la madera, siendo zonas de difícil acceso. Por ello, siempre que una tabla de cortar esté visiblemente deteriorada, lo mejor será sustituirla por otra.

El material más cómodo para uso doméstico es el plástico, ya que nos permite diferenciar por colores entre diferentes tablas según el uso que le demos. Por ejemplo: tabla verde para los vegetales, azul para el pescado, blanca para ingredientes cocinados, etc.

Vigila la contaminación cruzada

Ya he mencionado la contaminación cruzada, refiriéndome a cuando ponemos en contacto alimentos crudos con otros ya cocinados a los que pueden llegar ciertos patógenos. También se usa comúnmente el término “contaminación cruzada” para referirse a aquellos utensilios o instrumentos de cocina sucios o sin lavar que podemos manipular para, posteriormente, tocar otros limpios y así transmitir posibles bacterias patógenas.

Para evitar estas prácticas, lo mejor es separar adecuadamente los platos preparados y sobras de aquellos alimentos crudos en el frigorífico, así disminuimos la posibilidad de que entren en contacto por error.

Además de esto, incluimos recomendaciones de lavado de manos como he dicho previamente: lavar las manos con agua y jabón antes y después de manipular alimentos crudos, incluyendo también vegetales, ya que pueden contener tierras y suciedad del campo (y ahí también pueden haber patógenos).

Cocina suficiente los alimentos

Otro de los consejos básicos de seguridad alimentaria en la cocina tiene mucho que ver con la temperatura y el cocinado. Esto es debido a que las altas temperaturas (generalmente, a partir de los 65ºC durante unos 4 minutos) aseguran la destrucción de la mayoría de los patógenos. Para garantizar esto debemos lograr que el calor se reparta de forma uniforme por todo el alimento, no vale que solo se cocine por un lado. Por eso, normalmente, se toman como referencia los 65ºC en el centro del alimento.

En definitiva, si queremos garantizar la inocuidad en la cocina, será importante que cocinemos de forma suficiente los alimentos. Si estamos preparando recetas que incluyen alimentos crudos o poco cocinados, será indispensable extremar las medidas higiénicas durante la manipulación para disminuir el riesgo de intoxicaciones alimentarias.

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¿Por qué «light» no es igual a más saludable?

Hablar del etiquetado de los alimentos siempre es complicado, ya que existen muchos reclamos que generan ciertas dudas en cuanto a su utilidad en relación a la información real que proporcionan al consumidor en materia de nutrición y seguridad alimentaria.

Y es normal, ya que identificar qué información del etiquetado es correcta, cuál está regulada por la legislación y cuál no, es bastante complicado para el usuario promedio.

En el etiquetado alimentario actual encontramos mucho marketing que nos confunde y hace que no podamos separar la información verdadera de aquella que solo busca maquillar y ensalzar el producto para vender más.

Qué son las declaraciones nutricionales

Algunos de los términos que sí se encuentran regulados por la legislación son las conocidas “declaraciones nutricionales”. Estas palabras o grupo de palabras hacen referencia al contenido destacado en ciertos nutrientes que puede relacionarse con beneficios para la salud humana tras su consumo.

Algunas de estas declaraciones hacen hincapié en el contenido elevado de ciertos nutrientes, como por ejemplo “alto en proteínas” o “alto en fibra”. También encontramos otras declaraciones como “fuente de fibra” o “fuente de proteínas”, donde también se destaca el contenido del nutriente pero en menor grado.

Por otro lado, otras declaraciones nutricionales hacen referencia al bajo valor de ciertos nutrientes, normalmente relacionados con problemas hacia la salud. Estamos hablando de “bajo en grasa” o “valor energético reducido” o “sin azúcar”, entre muchos otros.

¿Y qué significa entonces “light”?

Dentro de este grupo encontramos la declaración “light”, que según la legislación equivale a la misma definición que se utiliza en la mención “contenido reducido” y debe ir acompañada de una indicación que especifique de forma exacta cuál es la característica que hace que el alimento sea “light”. Es decir, si es “light” por tener menos grasa o menos calorías, por ejemplo. Esto no debe ser confuso en ningún caso, y debe ser fácilmente identificable en el etiquetado alimentario.

¿Y qué dice exactamente la mención de “contenido reducido”? Pues, básicamente, que se puede utilizar cuando existe una reducción del 30% de un nutriente en concreto respecto a la versión original del producto a comparar. Por definición no especifica si se refiere a las calorías, las grasas u otro elemento. Por eso en la definición de “light” se nos dice que debe ir acompañado de la característica a la que se aplica dicha reducción.

¿Esto hace al producto “light” saludable?

En la práctica, un producto etiquetado como “light” suele tener un 30% menos de calorías o grasa que su versión original. ¿Y esto lo convierte en un producto saludable? Pues no necesariamente, ya que la mención “light” solemos encontrarla en patatas fritas, bollería y elementos similares, y no en frutas o verduras.

Por ello, aunque exista una reducción del 30% en el número de calorías procedentes de ingredientes insanos, el alimento o producto alimenticio seguirá siendo de una pobre calidad nutricional. Debemos fijarnos siempre en la calidad de las materias primas que componen un alimento, y no tanto en las cifras de los nutrientes o en algunos reclamos como este, que a pesar de estar regulado por la legislación europea puede llegar a confundirnos en lugar de ayudarnos a tomar decisiones de compra saludables.

En este sentido, es muy importante que identifiquemos correctamente cuáles son los productos que contienen el reclamo “light” y hagamos una valoración correcta de los mismos. Muchas veces es preferible consumir un producto insano de forma esporádica a consumir uno “light” de forma continuada en el tiempo, ya que las posibilidades de que nuestra salud empeore a raíz de su consumo serán mayores.

Este es otro de los problemas que plantean los productos “light”, la pérdida de la percepción de que el producto es igualmente insano. Bajo una falsa confianza y un halo de salud es más fácil incrementar el consumo de productos como bollería, patatas fritas o refrescos “light” sin apenas darnos cuenta, ya que creemos que son más sanos. Esto, en el cómputo global de la dieta, puede provocar que nuestro patrón alimentario sea de pésima calidad nutricional y que desplace el consumo de alimentos saludables y ricos en nutrientes como las frutas y verduras, legumbres, frutos secos, semillas, y cereales integrales.

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Natural, artesano, de la abuela, ¿realmente significan algo?

El etiquetado de los alimentos envasados nos muestra muchas veces algunos términos cuyo significado es realmente difícil de comprender: “natural”, “artesano” o “de la abuela” son tan solo algunos ejemplos.

De hecho, muchos de estos conceptos ni siquiera están regulados legalmente, por lo que se utilizan más bien como reclamos de marketing para llamar la atención y fomentar las ventas de esos productos bajo un paraguas de dudosa legalidad.

Hablo de dudosa legalidad porque según el Reglamento 1169/2011 de la Unión Europea, la información facilitada en los envases alimentarios no debe inducir a error al consumidor, y esto es lo que sucede claramente con muchos de estos términos confusos.

Qué significa “natural”

La palabra natural tiene un halo de salud implícita que se aprovecha como reclamo para destacar que un alimento es más saludable que los de su competencia.

Sin embargo, realmente la palabra “natural” no significa nada. Actualmente vemos panes de molde etiquetados como “naturales”, cuando ya sabemos que estos no crecen precisamente de los árboles.

Salvo casos contados, como el yogur natural, no tiene ningún sentido denominar a un alimento “natural” como si eso fuera un valor añadido o un motivo de calidad extra para comprar el producto.

Actualmente no existe regulación legal sobre este término, por lo que cualquier alimento puede contener un “natural” bien grande en su envase. Desde bollería, snacks, embutidos hasta cualquier otro tipo de ultraprocesados que claramente no es saludable aunque incluya la etiqueta “natural”.

Por otro lado, el hecho de pensar que algo natural siempre es mejor, también es un error. Los diferentes procesos tecnológicos para conservar la comida como la pasteurización o el uso del frío son artificiales, hechos por el ser humano, y nos permiten que podamos consumir alimentos de forma segura sin intoxicarnos durante muchísimo tiempo.

¿Y artesano?

Con la etiqueta “artesano” sucede más de lo mismo, ya que no existen regulaciones legales que vigilen su uso en el etiquetado alimentario.

Bueno, realmente existe un único caso donde la palabra “artesano” sí que está regulada legalmente, y es en la Región de Murcia. En esta zona de España existe un organismo de artesanía encargado de otorgar un sello de calidad regulado legalmente en base a las prácticas tradicionales que se llevan a cabo para elaborar los diferentes productos alimenticios.

Por supuesto, esto no es garantía alguna de salud, ya que el término “artesano” puede utilizarse en turrones, chocolates y otros dulces típicos que son muy tradicionales pero no son saludables en absoluto. 

¿Hay abuelas cocinando en la industria alimentaria?

Por último tenemos el concepto “de la abuela”, una coletilla que se añade habitualmente en platos preparados, guisos y diferentes salsas como el tomate frito, por ejemplo.

Esto nos puede llevar a preguntarnos si realmente la industria alimentaria tiene contratadas a abuelas para preparar estos productos en sus fábricas. Obviamente no es así, ya que los procesos se llevan a cabo igual que el resto, utilizando maquinarias y tecnologías que permiten producciones a gran escala.

Sin embargo, este distintivo sirve inevitablemente para vender más, ya que está apelando a nuestras emociones y recuerdos familiares. La cocina de la abuela siempre se ha percibido como un signo de calidad y buen sabor, por lo que es lógico que la industria alimentaria lo utilice en su beneficio.

Esto sí, debemos ser conscientes una vez más que no significa absolutamente nada ya que no está regulado legalmente. Para identificar si un alimento es saludable o no debemos recurrir a la lectura de los elementos del etiquetado alimentario que son obligatorios por legislación, como el listado de ingredientes y la tabla de información nutricional.

En primer lugar, siempre debemos mirar el listado de ingredientes, ya que nos dará una noción de la cantidad que lleva aproximadamente cada ingrediente dentro de la receta total del producto. Esto se debe a que el listado de ingredientes aparece en orden decreciente (de más cantidad a menos), por lo que los ingredientes que aparezcan en las primeras posiciones serán los mayoritarios en el producto.

Posteriormente podemos complementar la información consultando la tabla nutricional, donde veremos datos numéricos que nos servirán para conocer de forma más concreta la cantidad de los nutrientes que componen el producto. Sin embargo, no debemos obsesionarnos con ello, ya que estos datos suelen ser calculados por aproximación y no son 100% exactos siempre.

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¿Los plátanos son radiactivos?

¿Alguna vez has escuchado que los plátanos son radiactivos? Es algo que pocas personas conocen, pero que resulta bastante llamativo para quienes sienten curiosidad por los alimentos.

Y es que sí, los plátanos son radiactivos, pero no de la forma que imaginas. No vayas corriendo al frutero a deshacerte de todos ellos. En este artículo te cuento en profundidad por qué son radiactivos y por qué a pesar de ello no debes tener ningún miedo a comerlos en tu rutina habitual.

Muchos elementos cotidianos emiten radiación

Esto es algo que no todo el mundo sabe, y es que muchos elementos de nuestro día a día son radiactivos naturalmente. La radiación no es algo artificial o ajeno, sino que también forma parte de la naturaleza.

Tanto las estrellas, como las propias personas y otros elementos tecnológicos emiten radiación de forma habitual. Por supuesto, también los alimentos. Ellos no se quedan fuera.

Sin embargo, la radiación no solo es cosa de los plátanos. Otros alimentos como las nueces, patatas o semillas de girasol, por ejemplo, también contienen potasio K40. Este tipo de potasio no es dañino para el humano porque el cuerpo no lo acumula. De hecho, nuestro organismo tiene la capacidad de eliminar el exceso de este mineral cuando ha obtenido la cantidad suficiente.

Cuánta radiación tiene un plátano

Si volvemos al plátano, lo cierto es que cada pieza contiene aproximadamente un 0,0117% del mencionado isótopo de potasio K40.

En resumen, los plátanos en realidad sí emiten radiación, pero la energía radiactiva que emanan no es peligrosa para la salud. Esto se debe a que el plátano es rico en potasio, como ya sabrás, un mineral necesario para el organismo cuya cantidad por cada 100 gramos de plátano es de unos 400 mg aproximadamente. Pues bien, como decía este isótopo potasio K40 que forma parte del plátano presenta una fuente de radiactividad de baja intensidad.

Por ello, no debemos tener miedo a comer plátanos ni muchísimo menos, ya que la cantidad de radiación es minúscula. Además, como todas las frutas, los plátanos son un alimento muy saludable no solo rico en potasio, sino también en fibra dietética, así como diversas vitaminas y minerales que, en conjunto, conforman un alimento nutritivo, saciante y energético que tiene una cabida total dentro del contexto de una dieta saludable.

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¿Por qué aparecen manchas blancas en el chocolate al guardarlo en el frigo?

Seguro que alguna vez te has preguntado qué son esas manchas blancas que aparecen en las tabletas de chocolate tras guardarlas y sacarlas del frigorífico. Incluso has podido llegar a creer que el chocolate se ha echado a perder y que ya no es apto para el consumo, es lógico por ese aspecto extraño.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El chocolate que presenta estas manchas blancas es totalmente seguro y puede consumirse sin problemas para la salud. La presencia de estas manchas blancas únicamente tiene que ver con pérdidas organolépticas, y no de seguridad alimentaria.

Estas manchas blancas obedecen a dos tipos de procesos que sufre el chocolate ante los cambios de temperatura. Uno de ellos se conoce como “fat bloom”, o blanqueamiento de la grasa. Lo que sucede es que con los cambios bruscos de temperatura la manteca del cacao tiende a desplazarse hacia la superficie. Una vez que se vuelve a enfriar, esta grasa cristaliza y presenta unas manchas blanquecinas muy características que suponen una pérdida en la calidad del chocolate. Esto se produce porque durante el movimiento de la grasa del chocolate también se arrastran compuestos organolépticamente deseables, que son los encargados de dar el sabor y aroma al chocolate.

El segundo proceso que interviene durante la aparición de manchas blancas en el chocolate es el “sugar bloom”, o blanqueamiento del azúcar. En esta ocasión, cuando se producen cambios bruscos de temperatura, el agua condensa en la superficie del chocolate y forma las típicas “gotitas” que vemos en muchos alimentos tras sacarlos del frigorífico.

Esto provoca que el azúcar ubicado en la superficie del chocolate (que es la zona más expuesta a los cambios de temperatura) se disuelva por culpa de las gotitas de agua. Posteriormente, el calor hará que el agua se evapore y que el azúcar cristalice en la superficie y aparezcan las manchitas blancas típicas.

¿Cómo podemos evitar que esto suceda? Es complicado sobre todo en verano ante elevadas temperaturas que pueden provocar que el chocolate se derrita en nuestra despensa. Si estamos en un ambiente muy cálido podemos meterlo al frigorífico de la forma más hermética posible para que se conserve mejor y no capte aromas de los alimentos que tengamos alrededor, pero siempre habrá riesgo de que aparezcan estas manchas blancas. Es un mal menor, en comparación con que se derrita el chocolate.

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