Se popularizó muchísimo hace unos años el uso del horno como sinónimo de comida saludable y no es del todo cierto. Nos convencieron de lo saludable del cocinado al horno porque utilizamos menos aceite y eso es verdad.
Ahora bien, la mayoría de los aceites al calentarnos por encima de los 110 – 120 grados, transforman en un gran porcentaje de sus grasas saludables en grasas saturadas, un horneado rara vez baja de los 180 grados. Además de aumentar los radicales libre.
Si queremos usar el horno habitualmente es mejor añadir ese chorrito de aceite siempre en crudo, una vez horneado el alimento o utilizar muy pocas cantidades de aceite, reduciría drásticamente sus inconvenientes, en este caso no habría problema por utilizarlo más veces.
Si horneamos con mucho aceite, sería igual que freír, poco recomendable.
El otro gran problema puede ser el exceso de acrilamida. La acrilamida es un compuesto potencialmente tóxico, incluso cancerígeno, que encontramos en los alimentos excesivamente tostados. El horneado se ha descubierto como una de las formas de cocinado que más acrilamida generan. Solución: tostar ligeramente los alimentos, pero no en exceso, y desde luego, evitar esas zonas negras con exceso de tostado/quemado de los alimentos.
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