Diferencias entre ultraprocesado y ultracongelado

Seguro que has escuchado más de una vez las palabras “ultraprocesado” y “ultracongelado”, términos que comúnmente se relacionan con alimentos de una pobre calidad nutricional.

Sin embargo, y aunque son palabras muy parecidas semánticamente, ultraprocesado y ultracongelado no tienen ni de lejos el mismo significado ni hacen referencia al mismo tipo de proceso tecnológico en alimentos.

Qué es un ultraprocesado

En primer lugar, un ultraprocesado es un producto alimentario que ha sido transformado en muchas ocasiones, y que se diferencia bastante de lo que todos conocemos como alimento. Es decir, los ultraprocesados son las galletas, bollería, patatas fritas y demás productos insanos.

Los ultraprocesados contienen ingredientes de muy mala calidad nutricional: azúcar, sal en cantidades brutales, y también aceites y harinas refinadas. Además, podemos identificarlos rápidamente por su listado infinito de ingredientes —aunque esto no siempre es infalible—.

Qué es un ultracongelado

Por otro lado, un ultracongelado es un producto que ha sido enfriado a temperaturas muy bajas para alargar su conservación, pudiendo ser de mala calidad nutricional o no (como sucede en muchos casos).

Las verduras y hortalizas ultracongeladas, por ejemplo, ofrecen recursos inmediatos para los consumidores en casa, con un ahorro de tiempo considerable para aquellos momentos en los que vamos más apurados.

Hoy en día encontramos desde guisantes, alcachofas, alubias, cebolla o pimiento ultracongelados, hasta preparados vegetales de muchos tipos, como revueltos de setas y legumbres, escalivadas o menestras de verduras ultracongeladas.

La clave reside en encontrar ultracongelados saludables, con una cantidad pequeña de ingredientes y de buena calidad nutricional: aceite de oliva, poca sal y un alto porcentaje de la materia prima que destacan en el envase.

Es importante que sepamos diferenciarlos

Por todo esto, es muy importante diferenciar ambos conceptos. Los ultraprocesados sí tienen que ver con una mala calidad nutricional, siendo uno de los problemas actuales en la sociedad relacionados con las altas tasas de sobrepeso y obesidad.

Por otro lado, los ultracongelados en sí mismos no son problemáticos. No todo son croquetas y san jacobos. De hecho, nos ofrecen alternativas interesantes y saludables en la cocina que nos permiten alimentarnos de forma sana mucho más fácil.

De hecho, la ultracongelación es un proceso tecnológico independiente donde se aplican temperaturas cercanas a los -40ºC para lograr que el alimento se congele lo antes posible, hasta llegar a los -18º en el centro del producto.

Esta congelación es mucho más eficiente que la realizada en nuestra casa, ya que se produce más rápido y forma cristales de hielo en los alimentos de un tamaño mucho menor, lo que se relaciona con mayor calidad organoléptica.

Grasas trans, ¿por qué evitarlas?

Las grasas trans siempre han tenido muy mala fama entre la población. De hecho, en los últimos años su utilización por parte de la industria alimentaria se ha reducido notablemente en favor de otras materias primas.

Mucha gente piensa que las grasas trans se llaman así por ser transgénicas, pero no es correcto. Este nombre se debe a la disposición química de los átomos de hidrógeno en la cadena de carbonos del ácido graso. Los transgénicos son otra cosa totalmente diferente, y tienen que ver con el empleo de ingeniería genética para utilizar genes entre diferentes especies para conseguir determinados propósitos, como por ejemplo una mejor resistencia a plagas o cierto beneficio nutricional en alimentos.

Pero, volviendo a las grasas trans, su composición química es sumamente importante. Precisamente de ella proviene el término de grasas trans, de la hidrogenación que se hace de algunos aceites vegetales para lograr que sus propiedades (textura, solidez) sean más interesantes para la industria alimentaria que fabrica productos insanos como bollería, galletas, comida rápida y otros ultraprocesados.

El problema es que este tipo de grasas están vinculada irremediablemente con un aumento del riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, por lo que son un componente perjudicial para la dieta de los seres humanos. Esto es algo que ya se sabe desde hace varios años por parte de la comunidad científica.

Por esta razón, las autoridades sanitarias coinciden en que es necesario disminuir o eliminar su presencia en la dieta de la población. Para ello, es necesario regular las grasas trans en los productos alimentarios que podemos comprar.

Por ello, recientemente (desde el 1 de abril de 2021) se ha establecido un límite máximo de grasas trans en los productos alimentarios de toda la Unión Europea. Esto era algo que llevábamos años esperando y que por fin se ha hecho realidad legalmente.

La limitación consiste en que las grasas trans artificiales, es decir que no sean grasas trans presentes de forma natural en las grasas de origen animal, podrán usarse en un máximo de 2 gramos por cada 100 gramos de grasa en alimentos destinados al consumidor final y en alimentos destinados al suministro a minoristas.

Realmente será una medida con un impacto mínimo en la sociedad, porque el contenido en grasas trans que ya venían utilizándose estaba por debajo de esos 2 gramos que fija la nueva normativa. Sin embargo, esto ha sentado un importante precedente, ya que es la primera vez que se limitan legalmente las cantidades de un nutriente problemático para la salud humana.

¿Se puede comer la piel de las patatas?

La patata es un alimento imprescindible en cualquier parte de España, y en muchos otros países a lo largo del globo. De hecho, es la protagonista estrella de una buena parte de los platos tradicionales.

A pesar de su popularidad, todavía existen muchos mitos alimentarios relacionados con este tubérculo. Por ello, en el artículo de hoy abordaremos uno de los más que más dudas genera: ¿se puede comer la piel de las patatas?

La piel de las patatas es rica en vitamina C

Lo cierto es que la piel de la patata contiene ciertos micronutrientes de interés como la vitamina C que al pelar la patata desaparecen.

Por ello, y según el tipo de preparación que llevemos a cabo, deberíamos pensar en cocinar las patatas con piel para mejorar su perfil nutricional y que así sean más interesantes para la salud.

Además de vitamina C, la piel de la patata también contiene cantidades importantes de fibra dietética, compuesto asociado con múltiples beneficios saludables y que nos ayuda a realizar de forma más ligera la digestión, facilitando el tránsito intestinal y la absorción de nutrientes en el tracto digestivo.

También en la piel encontramos una buena parte de sus minerales como fósforo, magnesio, zinc y calcio.

Hay que lavar bien la piel de las patatas

La piel de la patata es un elemento interesante, pero su consumo no está exento de riesgos. Si lo pensamos, la patata se encuentra en contacto directo con la tierra y esto aumenta las probabilidades de que nos encontremos con ciertos microorganismos patógenos, por lo que es muy importante que lavemos bien la piel de la patata bajo el grifo.

En principio, no es necesario desinfectar la piel ya que no consumimos patatas crudas, y con el cocinado de la patata se elimina este riesgo microbiano por las altas temperaturas que alcanzamos.

También podemos utilizar cepillos y utensilios para limpiar bien aquellas zonas más difíciles y así eliminar los restos de tierra que puedan quedar adheridos a la piel de la patata.

Cuidado con la solanina

A pesar de que los riesgos microbianos no deberían preocuparnos especialmente, sí que existen otros factores a tener en cuenta en relación a la piel de la patata.

Por ejemplo, debemos tener cuidado con la solanina, un compuesto tóxico que puede aparecer en la piel de las patatas ante la acción de ciertos factores ambientales como la exposición a la luz.

Afortunadamente es bastante fácil detectar la presencia de solanina en la piel de la patata, ya que suele venir acompañada de un color verdoso que indica la presencia de clorofila, compuesto que se desarrolla también por la exposición a la luz. Simplemente quita esa parte de la piel que esté verde, si toda la patata está verde, mejor tírala.

¡Un extra para tus defensas!:

El arroz: ¿mejor comerlo frío o caliente?

Una duda muy frecuente es si el arroz consumido frío es más saludable que recién cocinado en caliente, formato en el que solemos consumir el arroz a través de distintas preparaciones culinarias.

En primer lugar, el arroz es un cereal, y como tal es rico en hidratos de carbono. Concretamente, el almidón destaca como el compuesto mayoritario siendo la fuente energética predominante en el arroz.

Este almidón está formado por largas cadenas de glucosas unidas, que se agrupan a su vez en dos compuestos: amilosa y amilopectina.

Cuando enfriamos el arroz, lo que sucede es que este sufre un proceso conocido como retrogradación del almidón. De esta forma el almidón se compacta y también se vuelve más difícil de digerir.

Podríamos decir que el organismo tarda más en asimilarlo y se comporta de forma similar a la fibra dietética, por ello se considera que tiene un plus de salud. De esta forma, su índice glucémico es inferior al arroz caliente. Lo que significa que nuestro cuerpo tardará más en asimilarlo y obtener la glucosa de su interior que pasará a nuestro torrente sanguíneo.

Sin embargo, tampoco significa que tomar el arroz caliente sea malo para la salud. Nuestras preferencias culturales y gastronómicas también importan, ya que esto forma parte de la salud humana. Por otro lado, el plus de salud que otorga consumir el arroz frío tampoco es la panacea absoluta, por lo que no debemos otorgarle propiedades mágicas.

En definitiva, el arroz es un buen alimento que tiene cabida en una dieta saludable. Como todos los alimentos ricos en hidratos de carbono, deberíamos adaptar tanto su frecuencia como cantidades de consumo en función de nuestra actividad física en el día a día. De esta forma, aquellas personas que realicen más deporte de forma frecuente necesitan una ingesta de hidratos de carbono superior.

Otro aspecto que es fundamental cuidar en relación al arroz es la seguridad alimentaria. Es recomendable refrigerar las sobras de arroz lo antes posible y consumirlas en un plazo máximo de 1 día. Solemos despistarnos con esto, y es muy importante, ya que algunos patógenos como Bacillus cereus se encuentran muy cómodos en alimentos como la pasta y el arroz y podrían provocarnos una grave intoxicación alimentaria.

El arroz es un alimento que aguanta poco tiempo en el frigorífico, ya que es bastante favorable para el desarrollo de patógenos. Por supuesto, en ningún caso debemos guardarlo fuera de la nevera una vez haya sido cocinado.

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Acrilamida: cómo evitar su formación en casa

La acrilamida es un compuesto químico generado de forma natural al calentar algunos tipos de alimentos a altas temperaturas. Aproximadamente, a partir de unos 120ºC comienza a formarse acrilamida. Es decir, hace falta una temperatura elevada para que este compuesto empiece a generarse.

Sin embargo, su formación es especialmente elevada a temperaturas cercanas a los 180ºC, que son las que utilizamos habitualmente para freír. Por ello, es recomendable vigilar en casa las temperaturas a las que freímos o tostamos alimentos con el fin de no generar demasiada acrilamida en nuestra comida.

Los alimentos y productos fritos como croquetas, patatas y otro tipo de empanados son aquellos que tradicionalmente se vienen asociando con una presencia elevada de acrilamida en nuestra dieta.

Sin embargo, otros alimentos de consumo cotidiano como el pan o el café también están íntimamente relacionados con la formación de acrilamida al tostarlos o cocinarlos en general a temperaturas elevadas.

Para que la formación de acrilamida tenga lugar es necesario que el alimento en cuestión posea en su composición un azúcar reductor —como por ejemplo la glucosa— y el aminoácido asparagina. Cuando se juntan estos dos elementos, la acrilamida es capaz de formarse en alimentos. Por ello, los alimentos ricos en hidratos de carbono son claros candidatos a la generación de acrilamida.

Si queremos minimizar la presencia de acrilamida en los alimentos que preparamos en casa, podemos seguir algunas pautas básicas. Por ejemplo, el más típico es vigilar el color de nuestras tostadas o patatas fritas, buscando siempre un color dorado pero no excesivamente quemado. Cuanto más intenso sea este color oscuro, mayor contenido de acrilamida se habrá formado en los alimentos.

Por otro lado, también puede ser interesante controlar la temperatura del aceite de fritura, intentando que no sobrepase los 170ºC aproximadamente. De esta forma conseguiremos reducir los niveles de acrilamida en nuestra dieta de forma considerable.

Otro truco para saber cuándo el aceite está demasiado caliente es cuando empieza a humear. Ese punto de humeo resulta clave también para distinguir los diferentes aguantes que tienen las distintas variedades de aceite ante el calor. 

A pesar de que todavía no está claro si la acrilamida es un compuesto perjudicial para la salud de los seres humanos, sí que se tienen bastantes indicios de que su consumo se relaciona con el cáncer. Por ello, la industria alimentaria lleva varios años aplicando importantes medidas preventivas para minimizar de esta forma la presencia de acrilamida en alimentos procesados de consumo habitual como el pan y café tostado o las patatas fritas.

¿Hay que beber 2 litros de agua al día?

Seguro que has escuchado más de una vez esta afirmación: «hay que beber 2 litros de agua al día». Pero, ¿alguna vez te has preguntado si es cierta?

Desde hace muchos años es común recomendar el consumo de un mínimo de 2 litros de agua al día. Esto hemos podido verlo tanto en el ámbito sanitario como en decenas de anuncios publicitarios a lo largo de los años.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce tras esta recomendación. Realmente, cada persona tiene unas necesidades hídricas diferentes que varían en función del sexo, edad, y sobre todo, la actividad física desempeñada a lo largo del día.

Por ello, establecer un número fijo de litros de agua diarios para todo el mundo parece que no tiene demasiado sentido, aunque durante años se ha considerado una verdad absoluta para toda la población.

Todo va a depender de nuestro contexto. Si realizamos mucho ejercicio físico es normal que nuestra pérdida de agua sea mayor, por lo que necesitaremos beber más que el resto. Sin embargo, ante una actividad física moderada quizá no haga falta beber tanta agua.

Esto podemos comprobarlo fácilmente gracias a un perfecto indicador que ya traemos los seres humanos de serie: la sed. Gracias a la sed sabemos cuando tenemos que beber agua, por lo que es un sistema de alerta perfecto para saber cuándo beber agua. Es completamente falso que cuando sentimos sed es que ya estamos muy deshidratados. No, el cerebro es tremendamente hábil y no espera a una deshidratación para pedir agua. Si este mecanismo no funcionara, el ser humano se hubiera extinguido ya. El agua es el principal componente del organismo.

Es cierto que, en algunos grupos de riesgo como los ancianos puede ser interesante establecer cantidades recomendadas de agua, sobre todo porque con el avance de la edad perdemos nuestro apetito y sed, siendo más fácil deshidratarnos.

Sin embargo, para la población general, recomendar 2 litros de agua al día carece de evidencia científica a día de hoy. Lo más recomendable siempre es hacer caso a nuestra sed y beber agua en base a ella, sin forzarnos. Eso sí, vigilando este último punto en personas de edad avanzada, siendo interesante que bebamos agua cada cierta frecuencia a lo largo del día y evitemos las horas de mayor exposición solar.

Además, dentro de esta recomendación no suele considerarse el agua interna que tienen alimentos como frutas y verduras, que por supuesto también suma y nos aporta agua en el cómputo global de nuestras necesidades hídricas diarias.

Los alimentos con mayor contenido en agua son las frutas, verduras y hortalizas. Por lo que incluir cantidades suficientes de estos alimentos en la dieta no solo se traducirá en un aporte de vitaminas y minerales, sino también en una adecuada hidratación.

Una ayuda extra para la primavera:

¿Hay que limitar la cantidad de fruta que comemos?

Todavía, a día de hoy, muchas personas siguen considerando que la fruta es un alimento a limitar porque es rico en azúcar. El miedo acerca del consumo de fruta sigue instaurado en gran parte de la sociedad y de los consumidores ¿Pero esto realmente tiene sentido?

La fruta es rica en azúcar, sí, pero estos azúcares naturalmente presentes en el alimento no tienen los mismos efectos perjudiciales para la salud que el azúcar añadido en productos insanos que muchas veces no logramos identificar.

¿Tiene sentido recomendar una limitación en el consumo de fruta?

Para dar una recomendación a la población general no lo tiene, en absoluto. La población no tiene obesidad por consumir fruta en exceso, ya que como hemos comentado previamente, el impacto del azúcar de la fruta en nuestra salud no es negativo.

Esto se debe, principalmente, a que cuando consumimos una fruta entera estamos ingiriendo también toda la fibra dietética que se ubica fundamentalmente en la piel de la fruta. Esto ayuda a amortiguar el impacto del azúcar en sangre.

No sucede igual cuando consumimos azúcar libre o añadido, ya que en este caso se producen picos de glucosa en nuestro organismo que pueden provocar de forma reiterada múltiples problemas de salud, siendo el más claro de ellos la diabetes.

Pero recordemos: esto no pasa con la fruta. Por ello, no tiene sentido que renunciemos a un grupo de alimentos que no solamente no tienen perjuicios para la salud, sino que además resultan positivos por el gran contenido en vitaminas que poseen dentro de su matriz nutricional.

La fruta es saludable, a cualquier hora

La fruta tampoco engorda más por la noche ni a ninguna hora concreta del día. Esto es falso también, y por desgracia es una duda que aún a día de hoy sigue acompañando a muchos consumidores, limitando su consumo de fruta fresca saludable.

Por ello, debemos dejar claro que la fruta conforma un grupo de alimentos totalmente saludables y recomendables en la dieta, salvo casos de intolerancias o alergias lógicamente. No debemos privarnos del placer de alimentarnos saludablemente de fruta fresca. 3 piezas al día, sería una idea buenísima.

¿Por qué tomar probióticos en el cambio de estación?

En los cambios de estación, se producen una serie de cambios a nuestro alrededor que acaban afectando a nuestro interior. Hay una variación de las horas de luz, de la temperatura exterior, cambian muchos de nuestros hábitos, de nuestro día a día [estamos más tiempo fuera de casa, aprovechamos la luz solar, nos apuntamos a otras actividades, nos relacionamos más, etc.].

Estos cambios influyen de forma decidida a nuestra microbiota, a nuestra flora intestinal y, por ello, a nuestro sistema inmunitario. Debe buscar su equilibrio. Por ejemplo, cuando hay más horas de luz su trabajo es más intenso, ya que nuestras actividades también lo suelen ser, nos vamos relajando para ir a la cama más tarde. Esto ocurre de invierno a primavera, pero de verano a otoño, el estrés de la microbiota viene sobre todo por las bajadas de las temperaturas, algo que también ocurre del otoño al invierno.

Son semanas decisivas para el rendimiento de esas defensas, para ponerse a punto, para estar fuertes ante estos cambios. Un suplemento de probióticos en las primeras semanas, sería una buenísima ayuda, que podemos prolongar si lo deseamos. Ya sabéis que los probióticos son más interesantes cuantas más semanas los tomemos, ya que logran asentarse mejor en el intestino, aunque serán útiles desde la primera toma.

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¿Refresco Zero o cerveza sin alcohol?

Cuando pedimos una bebida fuera de casa, es bastante habitual recurrir a opciones poco saludables. La cervecita del aperitivo o el refresco que acompaña al tapeo habitual pueden convertirse en nuestro peor enemigo si estamos interesados en el seguimiento de una alimentación saludable.

Antes de nada, es importante matizar que no hay ningún problema en consumir puntualmente alguna de estas bebidas poco saludables. El problema es cuando esto se convierte en una rutina y puede acarrear problemas de salud derivados mucho más graves, sobre todo relacionados con el sobrepeso y la obesidad.

Lo cierto es que, ni la cerveza sin alcohol ni la Coca Cola Zero son especialmente interesantes en cuanto a nutrientes, pero sí que pueden ser alternativas interesantes puntualmente cuando queremos recurrir a una bebida social sin caer en opciones mucho peores.

No obstante, no debemos olvidar que los edulcorantes que poseen los refrescos edulcorados como la Coca Cola Zero o Light —a pesar de facilitar un contenido reducido en calorías— son sustancias que se relacionan con el aumento de peso por parte de algunas investigaciones científicas.

Esto es debido a que nos siguen manteniendo “enganchados” al sabor dulce, haciendo que sigamos dependiendo de la sensación placentera que nos aporta el azúcar y otras sustancias con capacidad edulcorante.

También se ha demostrado que muchos de los edulcorantes empleados por la industria afecta a nuestra microbiota, a nuestra flora intestinal, lo que acaba repercutiendo en nuestro sistema inmunitario.

Respecto a la cerveza sin alcohol, encontramos una versión con un contenido mucho menor de alcohol —recordemos que la cerveza sin alcohol puede contener hasta 0,9% de alcohol— en comparación con su versión habitual, que puede rondar entre 3,5 y 5% de alcohol en las variedades de consumo más frecuentes.

Aún así, puestos a elegir, es importante que optemos preferiblemente por cervezas 0,0, que sí que garantizan un contenido mucho más bajo de alcohol, siendo del 0,04% como máximo según lo que determina la legislación española.

Si tuviera que elegir entre ambas, será preferible optar por la cerveza sin alcohol (0,0 a ser posible), ya que su perfil nutricional puede considerarse ligeramente superior al de un refresco Zero. Y, sobre todo, porque nos ahorramos los inconvenientes de los edulcorantes, que no son mucho  mejores que el azúcar.

¿Qué nos dicen nuestras heces?

Hoy os traigo un tema no apto para estómagos sensibles pero de una gran importancia para nuestro organismo: las heces, la caca, la mi..da, o cómo quieras llamarla 

Composición

Las heces no están compuestas, como la mayoría de la gente cree, únicamente de los restos de comida que no digerimos, sino que tres cuartas partes son agua, un tercio son bacterias de la flora intestinal, otro tercio fibra no digerida y el último tercio es una mezcla de elementos que deseamos desechar como colesterol, restos de medicamentos, colorantes, etc.

Color

Entre marrón, marrón claro y amarillento sería el idóneo, el normal; el marrón claro que tiende al gris nos puede indicar un fallo en el hígado; el rojo puede indicar sangre que en últimas partes de nuestro intestino grueso, no suele ser un problema si es algo puntual y es un rojo vivo, de sangre fresca, puede estar relacionado con las hemorroides o alguna fisura; el negro indica sangre coagulada, habría que consultar a un especialista, salvo que hayamos comido algún alimento el día anterior que tiña de negro nuestras deposiciones.

Consistencia

Existe una escala para medir esta consistencia, se denomina Escala de Bristol creada en 1997. Presenta 7 consistencias [de más dura a más blanda]:

  • Tipo 1: trozos duros, separados, como nueces que salen con dificultad
  • Tipo 2: con forma de salchicha pequeña y grumosa
  • Tipo 3: con forma de salchicha grande con grietas en la superficie
  • Tipo 4: con forma de salchicha, suave, lisa, como pasta de dientes
  • Tipo 5: bolas pequeñas suaves
  • Tipo 6: trozos blandos, esponjosos, con bordes irregulares
  • Tipo 7: acuosa, totalmente líquida

En el tipo 1 se trata de casos de estreñimiento o alimentos que pueden llevar en nuestro intestino hasta 100 horas, mientras que en el tipo 7 no han pasado en nuestro organismo más de 7 horas. El más beneficioso es considerado el tipo 4, el de pasta de dientes, ya que posee un equilibrio entre agua y elementos sólidos.