Hay varias razones para que sea difícil resistirnos a los dulces, a la bollería, a no entrar en una pastelería… Una de las principales es que asociamos este alimento con una recompensa [me lo merezco después de tanto trabajo, un capricho no está mal…], sobre todo porque cuando éramos pequeños la mayoría de los refuerzos positivos, de premios, eran en forma de algo dulce, de golosinas, de chucherías… pero hoy os voy a hablar de un término muy interesante la palatabilidad de los alimentos.
Cuando tomamos un alimento a modo de recompensa, de premio, se activan varias zonas del cerebro como la ínsula, la corteza orbifrontal, el hipotálamo lateral, etc. Nos hace sentir bien momentáneamente, como si ganáramos una medalla en alguna competición, aunque después, en muchas ocasiones, nos entre la culpabilidad porque lo ingerido quizás no sea tan saludable como nos gustaría.
Se ha demostrado que estas mismas zonas del cerebro se activan con alimentos de alta palatabilidad. Pero, ¿qué quiere decir esta palabreja?. Son alimentos gratos al paladar, algunos nutricionista lo asocian con la parte más psicológica, con el placer que produce comer ese alimento, evidentemente cada persona lo asociará a alimentos diferentes, pero resulta que la mayor palatabilidad la encontramos en la bollería industrial.
¿Por qué ocurre esto?. Porque este tipo de productos aúnan dos tipos de sustancias, las grasas, especialmente las saturadas [mantequilla, huevos, aceites refinados, de palma…] y el azúcar blanco, que en combinación activan las partes del cerebro que hemos visto. Cuanta más azúcar mayor estimulación cerebral, lo que lleva a una auténtica ‘adicción’ a la misma, a entrar en un bucle peligroso, el cerebro nos dice ‘quiero más’, porque sabe que va a conseguir esa sensación placentera y nos es difícil controlar el impulso. Sin embargo, con las grasas, tenemos un límite, llega un punto que nuestro cerebro grita ¡¡¡basta!!!. Afortunadamente.
De ahí que el ‘de vez en cuando no pasa nada’ pueda acabar transformándose en un ‘no sé cómo salir de este círculo’. Lo ideal, aunque requiere trabajo, es cambiar lo que para ti es una recompensa, un capricho… en vez de recompensarte con comida, hazlo con un paseo, con estar a solas, con leer en el parque, con acudir al cine, con actividades que te gusten, que no puedas hacer habitualmente por falta de tiempo, pero no con la comida.
Como con todos los hábitos, lo mejor sería reducir/eliminar la ingesta de bollería en niños, y lo más importante, sé que es difícil, pero en la medida de lo posible no recompensarles con la comida, la comida no es un premio más, y menos si la recompensa es ‘si te portas bien, te llevo al burguer o te compro un bollo’.